
El 14 de abril de 1931, la proclamación de la Segunda República Española abrió una etapa de profundas expectativas entre las masas trabajadoras, campesinas y populares. El agotamiento del régimen monárquico, sumiso a los intereses de la oligarquía terrateniente y la burguesía financiera, había generado un amplio movimiento popular que reclamaba tierra, trabajo, educación y derechos.
Aunque la República intentó impulsar reformas democráticas, su carácter de clase impidió satisfacer las demandas fundamentales del pueblo. La reforma agraria fue limitada, la cuestión nacional irresuelta y las condiciones laborales apenas mejoraron. Sin embargo, fue durante este periodo cuando el movimiento obrero adquirió una fuerza sin precedentes, organizándose en sindicatos y partidos.
Sin embargo, las estructuras de poder económico permanecieron intactas. La gran burguesía, el latifundismo el aparato militar y La Iglesia conservaron su influencia, bloqueando todo intento de transformación profunda. La reacción de las clases dominantes no se hizo esperar. En 1936, el golpe militar apoyado por sectores fascistas nacionales e internacionales intentó frenar el ascenso de la conciencia popular. La lucha contra el fascismo fue heroica, pero sin un poder verdaderamente revolucionario, la derrota se volvió inevitable.
Hoy tras 94 años, la memoria republicana sigue viva en la lucha contra la opresión. Su experiencia demuestra que sin ruptura real con el poder burgués, la emancipación del pueblo es imposible.
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